Egipto (2514 a. C. - ca. 2486 a. C.):
Hace mucho tiempo, en el antiguo país de Egipto, allí donde el agua verde del Nilo se entrega al agua azul del Mediterráneo, vivía una muchacha que había nacido en Grecia, pero había sido raptada por unos piratas y llevada a Egipto, y allí había sido vendida como esclava. Su amo había resultado ser un buen hombre, ya viejo, que pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo a la sombra de un árbol. Por eso no se enteraba de que las otras muchachas de la casa, todas libres pero siervas, hacían mofa y befa de la extranjera porque era distinta. Ellas tenían el cabello liso y negro, y el de la otra era rubio y rizado. Ellas tenían ojos castaños, y la otra tenía ojos verdes. La piel de ellas tenía el fulgor del cobre, pero la otra era de piel pálida, que quemaba el sol con rapidez, y por eso la llamaron Mejillas Rosa. Además, le hacían trabajar mucho y la reñían todo el día: "Vé al río a lavar", "Arréglame la ropa", "Saca a los gansos del jardín", "Haz el pan"... Y los únicos amigos que tenía eran los animales. Había acostumbrado a los pájaros a que le comieran de la mano, a un mono a que se le sentara en el hombro, y el viejo hipopótamo dejaba el banco de barro para estar cerca de ella. Al acabar el día, si no estaba muy cansada bajaba a la orilla del río para estar con sus amigos los animales, y, si le quedaban fuerzas después del duro trabajo de toda la jornada, bailaba y cantaba para ellos.
Un atardecer, mientras bailaba haciendo remolinos más ligera que el aire y apenas tocando el suelo con los pies, el viejo despertó y vio cómo bailaba. Tanto le gustó, que pensó que alguien con ese talento no debía estar sin calzado, así que mandó que le hicieran un par de sandalias muy especial, adornadas con oro rojo y con suelas de cuero, y las otras siervas, al vérselas, se pusieron muy celosas.
Un día, llegó noticia de que el faraón se hallaba en Menfis, y todos los súbditos del reino estaban invitados. ¡Ay!: ¡qué ganas tenía de acudir con las otras siervas Mejillas Rosa, porque sabía que habría baile, canciones y muchos y deliciosos manjares! Cuando ya estaban a punto de irse, vestidas con sus mejores ropas, las otras siervas le mandaron más tareas que tendría que hacer antes de que volvieran ellas, y luego se alejaron por el río en una balsa y dejaron en tierra a la extranjera. La muchacha, mientras empezaba a lavar la ropa, se puso a entonar una triste cancioncilla: "Lava el lino, escarda el jardín, muele el grano..." Cansado ya de la cancioncilla, su amigo el hipopótamo volvió a zambullirse en el río, y a la lavandera el agua le salpicó el calzado. Ella en seguida se lo quitó, lo limpió y lo puso a secarse al sol. Mientras continuaba con sus tareas, notó como si se oscureciera el cielo, así que miró arriba y entonces vio un halcón que bajaba volando, se apoderaba de una de las sandalias y se la llevaba. Mejillas Rosa tuvo miedo, porque sabía que era Horus quien se la había llevado, así que se guardó la otra en la túnicay se fue de allí.
Amosis I, faraón del Alto y del Bajo Egipto, estaba sentado en el trono mirando a la gente congregada y tremendamente aburrido. Hubiera preferido ir en su carro por el desierto. De repente, llegó el halcón y le dejó caer la sandalia en el regazo. Asombrado pero sabiendo que se trataba de una señal de Horus, dio la orden de que todas las doncellas de Egipto habrían de probarse la sandalia, y la dueña sería su reina. Para cuando llegaron las siervas que habían ido en balsa, se habían acabado los festejos y el faraón había partido en su carro en busca de la dueña de la prenda.Tras buscar por tierra y no encontrar a la dueña del calzado, el faraón hizo traer su barca y empezó a recorrer el Nilo, aprovechando cada desembarcadero para que las muchachas del lugar pudieran probarse el calzado. Al llegar la barca cerca de la casa de Mejillas Rosa, todos oyeron el sonido del gong y el estruendo de las trompetas, y vieron las velas de seda púrpura. Las siervas de la casa corrieron al desembarcadero para probarse la sandalia, pero Mejillas Rosa se escondió entre los juncos. Al ver la sandalia, las siervas la reconocieron, pero sin decir palabra se esforzaron una tras otra por calzársela. El faraón vio a la muchacha escondida entre los juncos y le pidió que probase ella también. Mejillas Rosa salió de su escondite, se calzó la sandalia y sacó la que tenía guardada en la túnica. El faraón anunció entonces que ella sería su reina. Las otras siervas protestaron diciendo que era una esclava y que ni siquiera era egipcia. El faraón les contestó así: "Es la más egipcia de todos, pues sus ojos son verdes como el Nilo, su cabello tan plumoso como el papiro y su piel tan rosada como la flor del loto".
China (procede de los tiempos de la dinastía T´ang: 618 - 907 d. C):
Wu tiene dos esposas, y una hija con cada una de ellas. Una de sus esposas fallece, y su hermosa y buena hija queda en manos de la madrastra, cuya hija no es tan hermosa como la huérfana, a la que obliga la madrastra a hacer todas las tareas de la casa, de tal modo que la muchacha se convierte en sierva en su propio hogar. La obligan a calzar zapatos muy pequeños para que sufra más aún mientras se encarga de las peores tareas. Al quedársele así los pies pequeños, recibirá el apodo de Yeh Shen (Ye Xian, 叶限), que significa Pies de Loto.
Un día, mientras trabaja, Pies de Loto encuentra en un estanque un hermoso pez parlante de oro y de ojos grandes que se convierte en su mejor amigo y compañero. El pez es la reencarnación de la madre de la muchacha, que fue muerta por la madrastra y por la hermana paterna.
La madrastra disfruta tanto mortificando a Pies de Loto que idea un método eficaz para eliminar al animal: disfrazada con las ropas de su hijastra, se acerca al estanque y cuando el pez, confiado, asoma la cabeza, lo mata, lo descuartiza y después lo sirve para comer en la casa de Wu ante la mirada llorosa de Pies de Loto.
Más tarde, una anciana sabia le dice a la desventurada muchacha que si pide un deseo ante las espinas del pez le será concedido por los espíritus, así que Pies de Loto esconderá los restos de su amigo en sitio donde no puedan encontrarlo su hermana paterna ni su madrastra.
Un día de primavera, se celebra la fiesta del año nuevo, ocasión que aprovecharán los jóvenes del pueblo para encontrar a alguien con quien formar pareja. Pies de Loto quiere ir, pero la madrastra se lo niega para que la hija de ella, más fea y malvada, no se quede sin marido. Cuando Pies de Loto se queda sola, saca las espinas y pide ayuda a los espíritus, y entonces sus sucias ropas se transforman en un vestido azul celeste y en una capa hecha de plumas. Sus pies ahora calzan unos zapatos de oro macizo.
Al llegar a la fiesta, Pies de Loto causa sensación: tanto, que la madrastra y su hija se acercan a ella para ver quién es, y la reconocen. Al darse cuenta, la hermosa muchacha sale corriendo y pierde uno de sus zapatos. Al llegar a casa, el vestido y la capa desaparecen, y las espinas del pez dejan de tener magia: el único recuerdo del baile es un zapato de oro.
El otro zapato, el que se ha quedado en el lugar de la fiesta, es encontrado por un mercader, y éste se lo vende a un rey, quien, fascinado, decide encontrar a su reina, y hace un llamamiento para que todas las mujeres del reino se prueben el zapato de oro. Entre esas mujeres está la hermana paterna de Pies de Loto, que intenta engañar al rey mutilándose los dedos para que le quepa el pie en el zapato, pero el plan no acaba bien.
Una noche, Pies de Loto se cuela en el palacio y recupera su prenda, pero los guardias la cogen y ni siquiera el rey cree que la criada sea dueña del zapato. Pero cuando la muchacha se pone los dos, sus harapos se convierten en las ropas de una reina, y el rey se enamora de ella y se casan. La madrastra y su hija son encerradas en una cueva hasta que una lluvia de piedras acaba con ellas.
Vietnamita:
Hace mucho, mucho tiempo, un hombre que había perdido a su mujer vivía con su hijita Arroz Partido. Volvió a casarse, pero la nueva esposa era malvada. La niña se dio cuenta al día siguiente de la boda: había un banquete y venían muchos invitados, pero la madrastra la encerró en una habitación, y luego la niña tuvo que irse a la cama sin cenar.
Tiempo después, la madrastra tuvo una hija a la que llamaron Paja de Arroz, porque tenía la piel morena. A partir de entonces, las cosas se pusieron peor aún para la pobre Arroz Partido: la madrastra contó a su esposo tantas mentiras sobre ella que él ya no quiso saber de su hija.
- ¡Vé y quédate en la cocina y apáñatelas sola, niña revoltosa! - le dijo la madrasta, y luego la obligó a estar en un mísero rincón, y ahí era donde tenía que vivir y trabajar.
Por la noche, la madrastra le daba una estera rota y una sábana hecha jirones. La niña tenía que fregar el suelo, cortar la leña, dar de comer a los animales, hacer la comida, lavar los platos y muchas cosas más. Le salían en la manos unas ampollas enormes, pero no se quejaba. La madrastra la mandaba al bosque a buscar leña esperando que las alimañas dieran cuenta de ella, y a buscar agua a sitios muy peligrosos para que se ahogase algún día.
La pobre Arroz Partido trabajaba y trabajaba, y se le pusieron la piel renegrida y el pelo enredado. A veces, al verse reflejada en el agua, se asustaba de lo fea y lo oscura que era, y se lavaba y se peinaba con los dedos, y entonces sí que se veía guapa.
Cuando se dio cuenta la madrastra de lo guapa que podía estar Arroz Partido, le tuvo más inquina que nunca y quiso hacerle más daño aún. Un día les dijo a ella y a su propia hija Paja de Arroz que fueran a pescar en el estanque del pueblo.
- Sacad tantos peces como podáis. Si traéis pocos, estaréis castigadas y os iréis a la cama sin cenar.
Arroz Partido sabía que lo decía por ella, porque a Paja de Arroz, que era la niña de sus ojos, no la iba a castigar, pero a ella siempre la castigaba todo lo que podía.
En el estanque, Arroz Partido se aplicó a la tarea, y al atardecer tenía una cesta llena de peces. Pero Paja de Arroz se había pasado el día revolcándose en la hierba, tomando el sol, recogiendo flores silvestres, cantando y bailando. Cuando se dio cuenta de que se ponía el sol y tenía la cesta vacía, le dijo a Arroz Partido:
- ¡Hermana, hermana!: ¡tienes el pelo lleno de barro! ¿Por qué no te das un chapuzón y te lo lavas? Si no, Madre te va a castigar.
Arroz Partido le hizo caso, y Paja de Arroz aprovechó para cambiar de cesta los peces y volvió a casa a todo correr.
Cuando se dio cuenta Arroz Partido, empezó a llorar llena de amargura. De repente, el cielo se hizo más limpio y las nubes más blancas, y en frente de ella se apareció, sonriente y vestido de azul, con una preciosa rama de sauce en la mano, el espíritu de la compasión.
- ¿Qué te pasa, querida niña? - le dijo el espíritu con una voz muy dulce.
Arroz Partido le contó sus penas y después le dijo:
- ¿Qué voy a hacer cuando llegue esta noche a casa? Estoy muerta de miedo: mi madrastra me va a castigar mucho, mucho.
El espíritu le contestó:
- Tu mala suerte se acabará pronto. Fíate de mí y alégrate. Ahora, mira en la cesta por si queda algo.
Arroz Partido miró en la cesta y dio un gritito de sorpresa al ver un pececito con ojos dorados y aletas rojas. El espíritu le dijo que se llevara el pez a casa, que lo pusiera en el estanque que había detrás y que le diera de comer tres veces al día con lo que pudiera guardar de lo suyo.
Arroz Partido dio las gracias al espíritu y le hizo caso. Cada vez que iba al estanque, el pez salía a la superficie para saludarla; pero si llegaba alguien más, no. La madrastra espiaba a la niña, y se dio cuenta de su extraño comportamiento. Se acercó al estanque para ver al pez, pero éste se fue a lo más hondo. Entonces mandó a la niña a buscar agua a una fuente muy lejana, se puso las ropas más harapientas de ella, fue al estanque y, al asomarse el pez, lo capturó, lo mató, se lo llevó a casa y se puso a guisarlo.
Cuando volvió Arroz Partido, se acercó al estanque y llamó a su amigo. Llamaba y llamaba, pero solo se veía la superficie del agua lisa y ensangrentada. La niña agachó la cabeza y se puso a derramar lágrimas en el estanque.
Entonces se le volvió a aparecer el espíritu de la compasión, y le dijo:
- No llores, niña. Tu madrastra ha matado al pez, pero has de buscar las espinas y enterrarlas donde pones la estera para dormir. Cuando quieras algo, pídeselo a las espinas y lo tendrás.
Arroz Partido le hizo caso y se puso a buscar las espinas por todas partes, pero no las encontraba.
- ¡Co, co, co! - le dijo una gallina -. Dáme un poco de arroz entero y te diré dónde están las espinas.
La niña le dio un puñado de arroz. La gallina se comió el arroz y luego le dijo:
- ¡Co, co, co! Ven conmigo, que te llevo.
La niña fue detrás. Llegaron al corral y la gallina se puso a escarbar en un montón de hojas nuevas, y allí estaban las espinas. La niña se alegró mucho, recogió los restos de su amigo y se los llevó para enterrarlos donde le había dicho el espíritu.
Poco tiempo después, Arroz Partido tenía oro, joyas y vestidos tan bonitos como hubiera hecho falta para alegrar el corazón de cualquier muchacha.
Cuando llegó el Festival de Otoño, la madrastra mezcló las judías pintas y las blancas que tenía separadas en dos cestos y obligó a la niña a quedarse para separarlas otra vez.
- Mientras no hayas terminado de separarlas, ni se te ocurra ir a la fiesta.
Entonces, la madrastra y su hija se pusieron sus más ricos vestidos y se fueron.
Cuando se hubieron alejado, Arroz Partido pidió ayuda al espíritu, que se le apareció al instante, y con la rama de sauce convirtió a unas mosquitas en gorriones que inmediatamente se pusieron a separar las judías. Al poco tiempo, el trabajo estaba hecho. Arroz Partido se secó las lágrimas y se puso un vestido azul brillante y plateado. Ahora estaba tan hermosa como una princesa, y se fue al festival.
Allí, la vio Paja de Arroz y empezó a hablarle al oído a su madre:
- Esa dama tan ricamente vestida ¿no te extraña que se parezca tanto a mi hermanita Arroz Partido?
La recién llegada, al darse cuenta de que la estaban mirando las dos con insistencia, echó a correr con tanta prisa que se dejó un zapato por el camino. Los guardias recogieron la prenda y se la llevaron al rey.
El rey miró y remiró el zapato y dijo que jamás había visto obra de arte como ésa. Luego hizo probárselo a todas las mujeres de palacio, pero el zapato era demasiado chico hasta para las que tenían los pies más chicos. Entonces el rey mandó que se lo probaran todas las mujeres de la nobleza, pero a ninguna le calzaba. Al final, se hizo saber que la que pudiera llevarlo se convertiría en la primera esposa del rey, y, por tanto, en reina.
Cuando se lo probó Arroz Partido, al instante apareció en el otro pie el otro zapato, y al mismo tiempo se la pudo ver con su vestido azul brillante y plateado, toda ella de una hermosura deslumbrante. Entonces fue llevada a la corte con una nutrida escolta y convertida en reina, y a partir de entonces fue muy feliz. La madrastra y Paja de Arroz no soportaban verla tan feliz, y la hubieran matado de no ser por su temor al rey.
El día del cumpleaños de su padre, Arroz Partido fue a casa de su familia para celebrarlo con ella. Por entonces era costumbre portarse con los padres como un hijo obediente por muchos años que se tuviera y por muy alto que fuera el puesto que se tuviera en la sociedad. La astuta madrastra quiso aprovecharse de eso, y pidió a Arroz Partido que se subiera a una areca y trajera nueces para los invitados. La que ahora era reina podría haberse negado, pero, buena hija, obediente y deseosa de ayudar, se subió al árbol. Cuando ya estaba arriba, el árbol empezó a bambolearse.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó Arroz Partido a su madrastra.
- Espantar a las hormigas para que no te piquen.
Pero la madrastra estaba dando golpes con una hoz grande, y siguió cortando el árbol hasta que se cayó, y con él cayó Arroz Partido, que murió al instante.
- ¡Por fin nos hemos librado de ella! - clamó la madrastra -, y nunca volverá. Le diremos al rey que ha muerto por accidente y mi querida hija Paja de Arroz será la reina en lugar de ella.
Y, dicho y hecho, Paja de Arroz se convirtió en la primera esposa del rey. Pero el alma pura e inocente de Arroz Partido no encontraba descanso, y se convirtió en un ruiseñor que empezó a frecuentar el jardín del rey, y allí entonaba melodiosas canciones.
Un día, una sirviente estaba tendiendo la vestimenta real que llevaba bordado el dragón, y el ruiseñor empezó a cantar, y decía así:
- ¡Ten cuidado con las ropas de mi señor imperial y no las rasgues poniéndolas en una planta con espinas!
Y siguió cantando de una manera tan triste que al rey se le saltaban las lágrimas. El ruiseñor siguió cantando de tal manera que conmovió a todos cuantos lo oían. Entonces dijo el rey:
- Delicioso ruiseñor: si de verdad eres el alma de mi amada, haz el favor de posarte aquí, en una de mis mangas.
El pájaro fue derecho a una de las mangas, se posó en ella y frotó la cabeza en la mano del rey. Pusieron al pájaro en una jaula dorada cerca de los aposentos del rey, que se aficionó tanto a los hermosos y melancólicos cantos que pasaba el día junto a la jaula, se le humedecían los ojos, y el pájaro cantaba mejor que nunca.
Paja de Arroz se puso celosa y pidió consejo a su madre. Habiéndolo recibido, aprovechó un día en que el rey tenía reunión con sus ministros para matar al ruiseñor, lo guisó para comer y esparció las plumas por el jardín imperial.
- ¿Qué significa esto? - dijo el rey cuando volvió al palacio y vio vacía la jaula.
Hubo una gran confusión, y todo el mundo se puso a buscar al pájaro, pero nadie lo encontraba.
- Puede que se aburriera y se haya escapado al bosque - decía Paja de Arroz.
El rey estaba muy triste, y como nada podía hacer, se resignaba. Pero una vez más, el alma sin descanso de Arroz Partido tomó forma material, y esta vez la de un árbol espléndido que sólo dio un fruto, pero ¡qué fruto!: era redondo, grande y dorado, y con un aroma muy dulce y delicioso.
Pasaba por allí una vieja y, al ver un fruto tan hermoso, dijo:
- Fruta de oro, fruta de oro, cáete aquí, en la bolsa de esta vieja, que te guardará y con gusto te olerá, pero nunca te comerá.
Entonces el fruto cayó en la bolsa de la vieja, que se lo llevó a casa y lo puso en la mesa para disfrutar de su dulce aroma.
Al día siguiente, al volver a casa después de sus andanzas, la vieja quedó asombrada viendo que estaba todo limpio y en orden, y que había una deliciosa comida caliente esperándola. Luego, ya de mañana, salió de casa, pero poco después volvió a hurtadillas para ver lo que estaba pasando, se escondió detrás de la puerta y se puso a vigilar. Al poco, vio una dama esbelta y hermosa que salía del fruto y que en seguida empezaba a hacer las tareas de la casa. La vieja corrió hasta la mesa y peló el fruto para que ya no pudiera esconderse en él la dama, que a partir de ese momento tuvo que quedarse allí y considerar a la vieja como si fuera su madre.
Un día, estando de cacería, el rey se perdió. Empezó a oscurecer, las nubes se cerraron y cuando ya empezaba a verse poco acertó a distinguir la casa de la vieja y se acercó a ella buscando cobijo. Como era costumbre, la vieja le ofreció té y betel. El rey se fijó en la delicada manera en que estaban preparadas las hojas de betel, y entonces hizo esta pregunta:
- ¿Quién ha preparado este betel, que parece igual que el que preparaba mi amada reina?
- Hijo del cielo: lo ha preparado mi humilde hija.
Entonces el rey mandó que viniera la hija a su presencia. Ella se presentó ante él y se inclinó, y el rey se dio cuenta de que era su querida Arroz Partido, y los dos lloraron por el tiempo que habían estado separados. La reina fue llevada a la ciudad imperial, donde se le restituyó su rango, y Paja de arroz fue desdeñada por el rey.
Entonces, Paja de Arroz pensó que de ser ella tan guapa como su hermana paterna se habría de ganar el corazón del rey, y le hizo esta pregunta a Arroz Partido:
- Queridísima hermana: ¿qué he de hacer para ser tan blanca como tú?
- Eso es muy fácil - le respondió la reina -: sólo tienes que bañarte en agua hirviendo y te pondrás muy blanca.Paja de Arroz le hizo caso, y murió escaldada.
Existen mas versiones, pero me ha llamado la atención que la "primera versión" sea tan antiquísima! Y me han gustado mucho las versiones chinas y vietnamita, en su linea gore.
Seguiré indagando para encontrar los cuentos que inspiraron a los hermanos Grimm, Charles Perrault y a Disney porque me encantan esas historias y me parecen muy curiosas sus antecesoras.
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